A noche me vino a visitar. Supe que era él cuando llamaron a mi puerta –Hab. 906-. De alguna manera sabía que tenía que ser él.
¿Quién iba a ser si no?
Acababa de meterme en la cama – pasaban unos minutos de la medianoche-, agotado, después de todo el día de calles y callejas, que aquí miden por cuadras. El único descanso el de las librerías: Prometeo, Ateneo, Clásica y Moderna,..., y las casetas de viejo de la Plaza de Italia.
No había abierto aún el Libro de Los Números, cuando llamó a la puerta.
- Hacía tiempo que tenía pendiente esta visita –dijo solamente, sin solemnidad.
- También yo. Pero no estaba seguro de que aparecieras –le respondí y le señalé un butacón para sentarse.
Pasamos la noche toda hablando. Hablando y mirándonos. Sin apenas bucles de silencios. Él con los ojos de quien ya ha alcanzado la luz y no necesita ver más, para entender.
Del diálogo nocturno recupero ahora dos pasajes, que comparto con vosotros. El primero conviene más a escritores y artistas de distinto pelaje. El segundo debería escucharlo, al menos una vez, todo ser humano.
Como si se tratara de una confidencia fortuita, su voz deslizó este aviso en mis oídos:
Pasar de hojas a pájaros es más fácil que de rosas a letras.
Con el segundo moduló un tono más cercano para acercarme lo siguiente:
En Alejandría se ha dicho que sólo es incapaz de una culpa quien ya la cometió y ya se arrepintió; para estar libre de un error, agreguemos, conviene haberlo profesado.
Ambos pasajes los puso en boca de Abulgualid Mamad Ibn-Ahmad ibn-Muhámmad ibn-Rushd, más conocido y fácil de recordar como Averroes. Ignoro si lo hizo por timidez, por ocultar o, sencillamente, haciendo honor a la verdad.
Podréis imaginar que hablamos de muchas otras cosas. Aunque es posible que durante la noche diéramos vueltas hablando de lo mismo y yo no me diera cuenta.
Continuará...
2 comentarios:
Seguro que era él y no ella?
Aunque puede ser, si estuvísteis hablando,...
Que mirada!
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