Ya salía de casa cuando sonó el teléfono.
Estuve a punto de no cogerlo. Pero respondí. Se trataba de una llamada comercial. Me costó unos minutos librarme de ella. Era demasiado insistente la mujer, que se zafaba de mis intentos de colgar con su acento del otro lado del océano, igual que un boxeador escapa de los golpes del contrario con sus pasos de bailarina .
No debí haber contestado. El tiempo que perdí en aquella llamada fue suficiente como para llegar tarde a mi cita.
Cuando llegué, los otros habían jugado la partida sin mí y se habían levantado de la mesa.
Estuve a punto de no cogerlo. Pero respondí. Se trataba de una llamada comercial. Me costó unos minutos librarme de ella. Era demasiado insistente la mujer, que se zafaba de mis intentos de colgar con su acento del otro lado del océano, igual que un boxeador escapa de los golpes del contrario con sus pasos de bailarina .
No debí haber contestado. El tiempo que perdí en aquella llamada fue suficiente como para llegar tarde a mi cita.
Cuando llegué, los otros habían jugado la partida sin mí y se habían levantado de la mesa.