Me fui sin viento y con los barcos en el puerto esperando al mar.
Berlín, de nuevo, me ha demostrado que es una ciudad agradable y amable para vivir, aunque esté tan al norte.
Hay grandes, inmensos parques, bosques, y también pequeños, tímidos jardines. Tiene señoriales avenidas por las que pasear bajo los tilos y calles apenas transitadas en las que nace el musgo entre los adoquines.
Los coches no necesitan del claxón y las personas, para hablar, no saben lo que son las voces como arma de comunicación. No es necesaria la luz para prolongar una velada hasta altas horas en cualquier bar de barrio pues sobra con la sombra de una vela, con la buena música -que puedes encontrar en toda la ciudad- y con las botellas de cerveza de medio litro y no muy frías a tan sólo dos euros, como mucho.
Berlín a diferencia de otras ciudades no necesita explicitar su modernidad, y de tan moderna que es y se conoce, se puede permitir el lujo de presentarse como abandonada en estaciones y fachadas.
En Berlín los pisos no son caros y la gente es amable y el metro abre los fines de semana durante toda la noche. Cuando por fin conseguimos acceder a uno de los clubs por los que Berlin es reconocida como la capital de Europa, el Arena Club, alguien nos cuenta que los vuelos baratos de EasyJet están haciendo mucho daño y que los porteros no pueden distinguir al que viene a bailar del que viene a liarla, por lo que las puertas se estan volviendo duras y yo doy fe de ello.
A mi regreso, compruebo con horror que unas cámaras han logrado filmar al escurridizo rinoceronte de Borneo; unos investigadores de la Universidad de Glasgow me reafirman en lo que ya sabía, que se puede morir por amor, y los barcos siguen anclados en el puerto esperan un viento que les lleve a la mar.
Salud
Oscar M. Prieto
Berlín, de nuevo, me ha demostrado que es una ciudad agradable y amable para vivir, aunque esté tan al norte.
Hay grandes, inmensos parques, bosques, y también pequeños, tímidos jardines. Tiene señoriales avenidas por las que pasear bajo los tilos y calles apenas transitadas en las que nace el musgo entre los adoquines.
Los coches no necesitan del claxón y las personas, para hablar, no saben lo que son las voces como arma de comunicación. No es necesaria la luz para prolongar una velada hasta altas horas en cualquier bar de barrio pues sobra con la sombra de una vela, con la buena música -que puedes encontrar en toda la ciudad- y con las botellas de cerveza de medio litro y no muy frías a tan sólo dos euros, como mucho.
Berlín a diferencia de otras ciudades no necesita explicitar su modernidad, y de tan moderna que es y se conoce, se puede permitir el lujo de presentarse como abandonada en estaciones y fachadas.
En Berlín los pisos no son caros y la gente es amable y el metro abre los fines de semana durante toda la noche. Cuando por fin conseguimos acceder a uno de los clubs por los que Berlin es reconocida como la capital de Europa, el Arena Club, alguien nos cuenta que los vuelos baratos de EasyJet están haciendo mucho daño y que los porteros no pueden distinguir al que viene a bailar del que viene a liarla, por lo que las puertas se estan volviendo duras y yo doy fe de ello.
A mi regreso, compruebo con horror que unas cámaras han logrado filmar al escurridizo rinoceronte de Borneo; unos investigadores de la Universidad de Glasgow me reafirman en lo que ya sabía, que se puede morir por amor, y los barcos siguen anclados en el puerto esperan un viento que les lleve a la mar.
Salud
Oscar M. Prieto
3 comentarios:
Que maravilla!! me ha gustado mucho la crónica, cien por cien Berlín, a mí es que Alemania me gusta mucho, y los caballos azules...
besos, Pat.
a mi tmb me ha gustado, esperaré a escuchar la crónica apócrifa en el Compas.
Casi apetece irse a vivir, pero sí, demasiado al norte.
yo todavía no he estado...pero tengo muchas ganas de ir...easy jet ha hecho más por el tráfico real de peronas en el mundo globalizado que la mayoría de la regulación de los gobiernos...
vivan las low cost...o nunca hubiéramos salido del barrio.
saludos
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