Por fin han llegado las heladas, y con ellas el frío necesario. No me alegro por puro gozo meteorológico (por lo que a mí respecta siempre llueve a gusto), sino que Diciembre me ha traído un placer mucho más íntimo con sus temperaturas, pues ya son propiciatorias para el ancestral ritual que trasforma los cerdos en fiambres (hasta hora uno corría el riesgo de que se le estropearan los varales de chorizos por tanta humedad rezumando por paredes, por suelos y por almas).
Envuelto en frío, me atrevo a aseverar que sólo hay una cosa más insoportable que un padre con excesivo celo protector, y no es otra que un padre putativo con celo excesivo en el cuidado de sus hijos.
El Estado -que no soy yo- es ese San José que en lugar de carpintero es recaudador de impuestos, y que, privado del propio acto procreador, busca ganarse el afecto de sus corderos putativos velando por nosotros, en continua vigilia, despierto hasta que llegamos sanos y salvos a casa.
Sanos y salvos y perfectamente sobrios y hasta serios.
Es tal su celo, su afán, su entrega, su abnegada dedicación, que ha decidido, por nuestro bien, poner un control de alcoholemia a la puerta de todo restaurante, tasca, bar o taberna en el que, llegadas estas fechas, nos podamos reunir a cenar con amigos o compañeros de empresa. Y todo ello sin interés recaudatorio.
Somos afortunados. Si Noé hubiera contado con un Estado protector como el nuestro, no hubiera llegado en el estado en que llegó a casa después de una cena de Navidad, y se hubiera evitado la vergüenza y el escándalo de mostrar a sus hijas sus vergüenzas.
Y hablando de matanzas, bien podéis ir despidiendoos de ellas, pues tengo oído que son la próxima víctima de la Ministra de la Salud, movida por su celo universal por protegernos de todo lo malo.
Vade retro!
Salud
Oscar M. Prieto
Envuelto en frío, me atrevo a aseverar que sólo hay una cosa más insoportable que un padre con excesivo celo protector, y no es otra que un padre putativo con celo excesivo en el cuidado de sus hijos.
El Estado -que no soy yo- es ese San José que en lugar de carpintero es recaudador de impuestos, y que, privado del propio acto procreador, busca ganarse el afecto de sus corderos putativos velando por nosotros, en continua vigilia, despierto hasta que llegamos sanos y salvos a casa.
Sanos y salvos y perfectamente sobrios y hasta serios.
Es tal su celo, su afán, su entrega, su abnegada dedicación, que ha decidido, por nuestro bien, poner un control de alcoholemia a la puerta de todo restaurante, tasca, bar o taberna en el que, llegadas estas fechas, nos podamos reunir a cenar con amigos o compañeros de empresa. Y todo ello sin interés recaudatorio.
Somos afortunados. Si Noé hubiera contado con un Estado protector como el nuestro, no hubiera llegado en el estado en que llegó a casa después de una cena de Navidad, y se hubiera evitado la vergüenza y el escándalo de mostrar a sus hijas sus vergüenzas.
Y hablando de matanzas, bien podéis ir despidiendoos de ellas, pues tengo oído que son la próxima víctima de la Ministra de la Salud, movida por su celo universal por protegernos de todo lo malo.
Vade retro!
Salud
Oscar M. Prieto
4 comentarios:
Me ha encantado la selección de cuadros, el artículo tambíen, no sabía el capítulo de la ebriedad de Noé, !!IN VINO VERITAS!! a mí el vino me sienta fatal pero me gusta mucho, alguien ha visto ENTRE COPAS?
CON EL ALCOHOL el cuerpo SE EVAPORA!!
besos, Pat.
Que sería de nuestras biografías sin ese día en que me cogí una y...
Las penas se ahogan en alcohol, las sonrisas flotan.
En Roma, los estudiantes de latín de toda procedencia, para hacer burla de la imposibilidad de los seminaristas españoles para diferenciar la b de la v, bienaventuraban: felices los hombres para quienes vivir es beber.
Que así sea.
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