
Siempre he sido una curiosa de los fantasmas, no tanto de los que sobrevuelan las conversaciones snobs o las azañas de salón y vino español, sino más bien de otros como el Fantasma de Canterville, un fantasma patético y trasnochado que no consigue atemorizarse más que a sí mismo, o el fantasma delirante de la Anabel Lee de Poe y amor perdido del gran Santiago Auserón.
Desde luego, puestos a vagar como alma en pena, nada como los salones del Palacio de Linares. Como en la Peste Roja de Poe, los salones se suceden en laberintos de madera y terciopelo rojo, en pasillos de ajedrez que te envuelven en un silencio de sol que agoniza.
El Palacio tiene algo de la consistencia oblicua de las pesadillas, de siniestra casa de muñecas, o de antiguo miedo a habitación cerrada. Pero sin duda, es un buen lugar para sentirse a salvo.
Miro por la ventana y veo los fantasmas del pasado recorriendo las calles de Madrid bajo un frío inesperado. Autobuses espectrales recorren la Castellana recogiendo moribundos, y de pronto... me parece oir algo en la habitación de al lado...sí, estoy acompañada!!, es el fantasma de Luis Escobar en "la Escopeta Nacional" que me invita a tomar un té...me voy antes de que llegue una tal Patbell que viene a visitar el Palacio, CURIOSOS!!
Patbell.