
NO fui precoz en el desvelamiento. En esto, los hay que despiertan antes y los hay, como yo, que se mantienen firmes en la trinchera de la ingenuidad hasta bien entrada la juventud, incluso más allá. Asumí los pequeños tropiezos, los inevitables tropiezos con la realidad contumaz, como parte inevitable -piedra, cimiento- de esa otra realidad que yo imaginaba.
Que no existiera el Ratoncito Pérez, fue hasta un alivio, pues no me hacía mucha gracia que un ratón, por pequeño que fuera, anduviera bajo mi almohada. Que los Reyes Magos no llegaran precisamente de Oriente, es algo que prefiero olvidar, a día de hoy aún me duele esta verdad. Fue sin embargo una tarde entre tercero y cuarto de carrarera cuando sucedió: el velo del templo se rasgo y me mostró que el mundo no era tal y como yo creía. Los culpables de tal inmersión en la realidad fueron toda esa caterva de filósofos sigloventeros encabezados por el inefable Heidegher.
Uno de ellos, muerto no hace muchos años, Derrida, hizo fortuna con uno de sus conceptos, el de el deconstructivismo.
A partir de ahí, mi vida no ha sido más que castillo de naipe que se viene abajo, piezas de dominó. El realidad, el mundo, mi mundo comenzó a deconstruirse y todo lo que hasta entonces no había visto, se manifestaba ahora con insistencia maniaca.
Nadie lo hubiera imaginado, pero sucedió: el deconstructivismo alcanzó desde los libros ilegibles de un filósofo a la sagrada tortilla de patata. ¡Por qué lo has hecho Adriá!
Últimamente el afán es deconstruir la Navidad. Comenzaron hace años, con el gordo de rojo. Siguieron alterando las letras de los vill
ancicos y llenándolos de paz, de hogueras y guitarras -hasta tal punto, que se arruinaron los fabricantes de panderetas. (En el mundo dual de la progresía, simple, pandereta=facha- La iluminación navideña de las calles fue el siguiente objetivo. Y acabaran por privar de nacimiento al Niño Jesús, que ya no pasara de ser el nasciturus de una idea vieja y trasnochada, dejando una vez más hueca, huera, vacía, la palabra.
En parte ya lo han hecho este año en el Cortilandia del Corte Inglés, que tiene como motivo un zoo, con verja y todo. Allí no falta elefante, jirafa, tigre o león, hasta gorila albino tiene. Lo que sobra es un belén que han puesto en lo alto por vergüenza y que entre tanto animal de selva, queda como a un santo dos pistolas, es decir mal y ridículo (y ya sabéis lo que dijo aquel: De todas partes se vuelve, menos del ridículo).
De ese otro animal, el director de un colegio de zaragoza, que ha prohibido los actos navideños por encontrarnos en un estado laico, ni hablo (ni siquiera para decirle que este Estado nuestro no es laico, sino aconfesional, que es muy distinto, pero como el asno de Buridán, imagino que este jumento tampoco sabrá distinguir).
Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad.
Salud
Que no existiera el Ratoncito Pérez, fue hasta un alivio, pues no me hacía mucha gracia que un ratón, por pequeño que fuera, anduviera bajo mi almohada. Que los Reyes Magos no llegaran precisamente de Oriente, es algo que prefiero olvidar, a día de hoy aún me duele esta verdad. Fue sin embargo una tarde entre tercero y cuarto de carrarera cuando sucedió: el velo del templo se rasgo y me mostró que el mundo no era tal y como yo creía. Los culpables de tal inmersión en la realidad fueron toda esa caterva de filósofos sigloventeros encabezados por el inefable Heidegher.
Uno de ellos, muerto no hace muchos años, Derrida, hizo fortuna con uno de sus conceptos, el de el deconstructivismo.
A partir de ahí, mi vida no ha sido más que castillo de naipe que se viene abajo, piezas de dominó. El realidad, el mundo, mi mundo comenzó a deconstruirse y todo lo que hasta entonces no había visto, se manifestaba ahora con insistencia maniaca.
Nadie lo hubiera imaginado, pero sucedió: el deconstructivismo alcanzó desde los libros ilegibles de un filósofo a la sagrada tortilla de patata. ¡Por qué lo has hecho Adriá!
Últimamente el afán es deconstruir la Navidad. Comenzaron hace años, con el gordo de rojo. Siguieron alterando las letras de los vill

En parte ya lo han hecho este año en el Cortilandia del Corte Inglés, que tiene como motivo un zoo, con verja y todo. Allí no falta elefante, jirafa, tigre o león, hasta gorila albino tiene. Lo que sobra es un belén que han puesto en lo alto por vergüenza y que entre tanto animal de selva, queda como a un santo dos pistolas, es decir mal y ridículo (y ya sabéis lo que dijo aquel: De todas partes se vuelve, menos del ridículo).
De ese otro animal, el director de un colegio de zaragoza, que ha prohibido los actos navideños por encontrarnos en un estado laico, ni hablo (ni siquiera para decirle que este Estado nuestro no es laico, sino aconfesional, que es muy distinto, pero como el asno de Buridán, imagino que este jumento tampoco sabrá distinguir).
Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad.
Salud