22 mayo, 2013

EL TULIPÁN



No se puede decir que no tuviera experiencia, pues había trabajado en grandes fachadas, edificios enteros de viviendas e incluso en alguna piscina. Pero, ciertamente, era la primera vez que le encargaban un trabajo así. 
Como era la primera vez, quizás por ello, no supo ver los riesgos a los que se enfrentaba cuando aceptó sin pensarlo y sin pedir ningún adelanto. Tampoco le importaba demasiado, de alguna manera sabía que llevaba esperando toda la vida por un trabajo así, como este.
Comenzó a pintarla con todo el cariño que su corazón podía destilar, con mimo y con esmero. Aplicando a cada pincelada toda su atención, hasta el punto en que en ese  momento no existía nada más o, mejor, todo la existencia se resumía en esa pincelada sobre el pétalo. Fue por esto que no se dio cuenta de que la pintura se le acababa.
Y ahora ya no puede salir, de allí. Imposible pisar sobre lo ya pintado.
Se quedará allí, contemplando su obra inacabada, en el centro mismo de la flor. Hasta morir.
Aunque cueste comprenderle, es feliz, allí sentado al pie de la farola.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

La belleza se encuentra en el aquí y el ahora, más vale una pincelada bien trazada en el mismo momento de pintarla, que 100 dispersas y sin sentido; al menos, para el que lo realiza.

Bonita reflexión, encierra algo de filosofía en ella.

Anónimo dijo...

Es como el que no guarda fuerzas para regresar y por eso puede llegar más lejos.

ReLevo dijo...

Dime una cosa, cuando se te ocurren estas historias, estás bajos los efectos de qué sustancia?
O sois todos así en Patacosmia?

Cohen dijo...

"Nada, doctor. Me tengo por una maravilla de la ciencia moderna".