27 abril, 2013

EL LABERINTO


Minos, Rey de Creta, necesitó del fracaso de su arquitecto, Dédalo. Sólo así pudo darse cuenta de que un laberinto de líneas rectas, que al final acabarían confluyendo en un punto de lógica, de razón geométrica, no era la solución. 
Siempre existiría la posibilidad de que apareciera un nuevo Teseo, una Ariadna enamorada y un maldito hilo. Y, precisamente esta posibilidad era la que debía evitar a toda costa.
Un hombre misterioso y encorvado -del que la Historia no ha conservado nombre, quizás intencionadamente-, apareció por aquellos días en la corte del tirano. Hay quienes opinan que dicho hombre nada tuvo que ver, que fue cosa entera de Minos. Otros, sin embargo, están convencidos de que fue este hombre -a quien nadie, salvo el monarca, escuchó su voz-, quien deslizó la idea en la mente de Minos. Fuera como fuera, el caso es que el Señor de la isla de Creta, decidió encerrar al monstruoso engendro en las ramas de un árbol. De una higuera.
El éxito de su decisión lo demuestran los siglos que allí lleva, sin poder salir, hasta el día de hoy.

2 comentarios:

Juan Jo dijo...

ARIADNA SIN HILO

Atrapado en el dédalo sombrío
de tus dudas, me salto el ceda el paso
situado en el carril del desvarío
y de bruces me doy con el fracaso.

Salir del laberinto de tu invierno
procuro, pero siempre que lo intento
la breve llama de un verano eterno
a lo bonzo incinera mi lamento.

Volaré como Ícaro muy lejos
y en el aire soluble haré mi pena
sin que me ciegue su ambición alada.

Allí dormiré como los vencejos
y en un amanecer de luna llena
mis tormentos huirán en desbandada.

Cuando desperté,
el minotauro ya no estaba allí.

Oscar M. Prieto dijo...

Bravo, Juanjo!